304.805 letras, 79.000 palabras


Por el SEM. BRIAN BRUH

 

Nacido en 1792, Phillipps era hijo ilegítimo de un fabricante textil del que heredó una mansión que le serviría para albergar al que sería el proyecto de su vida, la mayor colección de libros y manuscritos que una sola persona haya conseguido reunir en el siglo XIX.

Con los años el desdichado Phillipps comenzó a adoptar unos hábitos capaces de hacer temblar a cuantos libreros lo veían aparecer por la puerta. Y es que no era extraño que entrara en una librería y comprara todos sus libros, así, directamente, por kilos.

Se calcula que la biblioteca de Phillipps llegó a contener unos 40.000 libros impresos y unos 60.000 manuscritos, la colección individual más grande de todo el siglo XIX. “Quiero tener todos los libros del mundo”, le escribió a un amigo, y se transformó en su objetivo de vida.

De las veinte habitaciones que había en su residencia, dieciséis estaban destinadas a albergar libros.

En 1872 Phillipps moría y contra la última voluntad del difunto su espectacular colección se diseminó por todo el mundo. Después de la muerte de Phillipps, durante cinco décadas, su nieto se dedicó a vender lotes de libros a innumerables coleccionistas, bibliotecas, archivos y toda clase de instituciones.

Quizás no hacían falta miles y miles de libros, de esos que compras en la librería, los lees o no, y los dejas en un estante para siempre. Quizás no era la cantidad sino la calidad. No era tener bibliotecas y bibliotecas; era encontrar un solo libro que te atrapara, te llenara, y te llamara a leerlo una y otra vez.

Cada año somos llamados a leer un libro, 304.805 letras, 79.000 palabras. El libro donde está todo, desde el comienzo, cuando fueron creados los cielos y la tierra, hasta el final en el que el pueblo se forma como tal y esta próximo a ingresar a la famosa tierra prometida.

Es el único libro que empezamos, terminamos y comenzamos una nueva vez más en todo el mundo cada año.

304.805 letras, 79.000 palabras que cada año son iguales, jamás cambian de lugar ni de orden. ¿Para qué volver a leerlas?

Cada año la Tora sigue exactamente igual, pero hay algo que cambia: vos.

Tus ojos en cada lectura son los mismos, pero tu mirada, tu forma de entender y aprender el texto cambia de manera abismal. El texto, escrito hace más de tres mil años, se convierte cada vez en actualidad pura. No actualidad contemporánea, sino actualidad propia. Tuya y de los tuyos.

Tan solo algunos días después del cierre de Iom Kipur, llega una de las fiestas más alegres y especiales en nuestro calendario. En Simjat Tora cerramos la lectura de Tora, le damos el Kavod a dos miembros de nuestra casa, tanto profesionales como voluntarios, para ser los novios de la Tora, bailamos con ellas e instantes después comenzamos la lectura nuevamente.

Es una fiesta de todos los colores, diría mi amigo Juan Elbaum. Chicos, grandes, en Amijai y a la distancia entre los cientos de pantallas que nos acompañan en el gran festejo.

¿Por qué tanta alegría por volver a leer el libro que venimos leyendo hace tantos años?

La alegría no es por el libro, sino por tenernos para compartir en comunidad, presencial y a la distancia cada una de las 79.000 palabras que, estando fijas en su lugar, cambian su significado en cada año.

Dice Rabi Najman de Breslov, “Las cosas buenas no traen alegría, la alegría trae cosas buenas”.

No hace falta ninguna fiesta para alegrarnos, sonreír y bailar. Hace falta mucha alegría, sonrisa y baile para juntarnos a festejar.

Este año tenemos la oportunidad de decidir de qué forma volver a leer nuestros textos y, entonces, tomar coraje para no esperar ni un instante en el momento de cerrar una etapa y abrir otra.

Comunidad Amijai, seamos todos inscriptos en el libro de la vida, haciendo que cada una de nuestras palabras se haga parte de nuestra historia.

Shana Tova Umetuká, Gmar Jatima Tova.

Brian Bruh
Seminarista Rabínico
Desarrollo Comunitario

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